El concepto nace precisamente del diálogo entre el espacio y su identidad. En un momento histórico en el que la atención al contexto es fundamental en el diseño de interiores, la arquitecta quiso revelar lo que el tiempo y las reformas funcionales habían ocultado: decoraciones, geometrías y atmósferas que hablan de la Pompeya arqueológica, del siglo XIX neoclásico y del primer turismo cultural europeo.

Son coprotagonistas de un proyecto que no se limita a decorar, sino que interpreta y narra. Las superficies se convierten en elementos expresivos, capaces de generar emociones y crear una conexión íntima entre el lugar y el visitante.

Aquí, las referencias a la antigüedad clásica son evidentes y cargadas de simbolismo, con el uso de colores intensos como el rojo pompeyano y el azul avio, capaces de evocar frescos, mosaicos y mitos que habitan el imaginario colectivo de la ciudad antigua. La fuerza narrativa de estos temas transforma los espacios en lugares con carácter único, capaces de acoger al viajero y proyectarlo a una dimensión suspendida entre tiempo y sugerencia.

En un contexto tan estratificado, donde cada piedra y cada rincón tienen una historia que contar, el papel del diseño es escuchar, interpretar y dar voz.